“Nunca preguntó… hasta esa noche: Margaret Reynolds sospecha de las largas horas que su nuera pasa en el baño—Al pegar la oreja a la puerta, escucha algo que acelera su pulso y la lleva a marcar a la policía, destapando un enigma que amenaza con dividir a la familia para siempre”
La puerta cerrada que escondía un secreto
Durante casi un año, la casa de los Reynolds había seguido una rutina casi inalterable. James y Sophie, recién casados, vivían con Margaret y su esposo mientras ahorraban para comprar un departamento propio. Era un arreglo temporal, y en general, la convivencia había sido pacífica.
Excepto por un detalle que, con el tiempo, pasó de ser una simple curiosidad a convertirse en un punto fijo de intriga para Margaret: cada noche, sin falta, Sophie se encerraba en el baño por más de una hora.
No se trataba de un baño rápido antes de dormir ni de una larga ducha relajante ocasional. Esto ocurría todos los días, siempre a la misma hora. A los pocos minutos de cerrarse la puerta, se escuchaba el sonido constante del agua corriendo, interrumpido por breves pausas, como si se abriera y cerrara el grifo varias veces.
Al principio, solo una excentricidad
Margaret, de 63 años, se enorgullecía de ser una suegra comprensiva. Había aprendido a no invadir espacios ajenos y a respetar las costumbres de cada persona. “Si Sophie necesita su tiempo, que lo tenga”, se repetía.
Pero con los meses, la situación empezó a despertar preguntas. ¿Por qué tanta agua cada noche? ¿Por qué nunca salía antes de una hora, y a veces más? James, cuando se le preguntaba, restaba importancia al asunto:
—Debe estar relajándose, mamá. No le busques tres pies al gato.
La noche que lo cambió todo
Aquel martes, el silencio de la casa se rompía solo por el murmullo lejano de la televisión. Eran casi las diez cuando Sophie subió las escaleras con su pijama doblado en un brazo y una toalla al hombro. Como siempre, cerró la puerta del baño con llave.
El agua comenzó a correr. Margaret, sentada en su sillón con un libro abierto, se dio cuenta de que no estaba leyendo una sola palabra. Una inquietud que no podía explicar empezó a crecerle en el pecho.
Finalmente, dejó el libro, se levantó y subió las escaleras, deteniéndose frente a la puerta cerrada.
El sonido detrás de la puerta
Apoyó la oreja contra la madera. El ruido del agua era constante, pero entonces distinguió algo más: un golpeteo metálico, como si se manipularan objetos pequeños sobre una superficie dura. Luego, un sonido más suave, repetitivo, que no supo identificar.
Margaret contuvo la respiración. No era el tipo de ruidos que uno espera de alguien tomando un baño.
Entonces escuchó un murmullo, palabras ininteligibles, como si Sophie estuviera hablando sola o… grabando algo.
Su corazón empezó a latir con fuerza.
La llamada
Bajó las escaleras rápidamente, fue hasta el teléfono y marcó un número.
—Buenas noches, policía de Londres —respondió la voz al otro lado.
Margaret dudó un segundo, pero luego dijo con firmeza:
—Creo que necesito que alguien venga. No puedo explicarlo bien, pero hay algo raro en mi casa esta noche.
La operadora pidió detalles y, en pocos minutos, una patrulla fue enviada a la dirección.
La llegada de la policía
Dos agentes tocaron la puerta, y Margaret los condujo directamente al piso superior. Sophie seguía en el baño, el agua aún corriendo. Uno de los agentes llamó con fuerza:
—Señora, abra la puerta, por favor.
Hubo unos segundos de silencio, luego el sonido del agua cesó. Sophie respondió:
—¿Qué sucede? Estoy ocupada.
El agente insistió. Al final, se escuchó el clic de la cerradura.
La escena
Sophie estaba de pie, envuelta en la toalla, con el cabello húmedo. Sobre el lavabo había varios objetos: frascos de cristal pequeños, una libreta abierta con notas escritas a mano, y un dispositivo portátil del que salían cables conectados a algo cubierto por una toalla.
Los agentes intercambiaron una mirada, y uno de ellos le pidió a Sophie que explicara qué estaba haciendo.
La explicación inesperada
Sophie, visiblemente nerviosa, dijo que se trataba de un proyecto personal para su trabajo como diseñadora gráfica. Según ella, estaba creando una serie de ilustraciones inspiradas en sonidos y texturas, y necesitaba grabar y observar cómo reaccionaban ciertos materiales al agua.
—Trabajo mejor de noche, y el baño es el único lugar donde puedo hacerlo sin molestar —añadió.
Reacciones encontradas
Margaret se sintió aliviada y a la vez desconcertada. ¿Todo ese misterio por un proyecto artístico? Los agentes revisaron el material y, al no encontrar nada ilegal, simplemente recomendaron que Sophie avisara con antelación para evitar malentendidos.
Cuando se fueron, Sophie recogió sus cosas en silencio y volvió a su habitación.
Esa noche, Margaret no pudo dormir del todo tranquila.
Días después
En los días siguientes, la rutina de Sophie cambió: ya no pasaba tanto tiempo en el baño, y si lo hacía, dejaba la puerta entreabierta. Margaret y James nunca volvieron a hablar del asunto de forma directa, pero algo en la dinámica familiar había cambiado.
Margaret se dio cuenta de que la privacidad, aunque importante, podía convertirse en un muro que separa incluso a quienes viven bajo el mismo techo.
El misterio que quedó
Aunque la explicación de Sophie parecía convincente, Margaret no podía borrar de su mente aquellos sonidos que había escuchado. La libreta con anotaciones en un idioma que no reconoció y los frascos cuidadosamente alineados seguían apareciendo en sus recuerdos.
Tal vez, pensaba, había más en la historia. O tal vez, simplemente, algunas personas necesitan guardar sus secretos… incluso dentro de una familia.
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